Por mucho que se empeñara Pokemon, tras 15 días de novedad, los niños prefirieron seguir jugando al escondite como toda la vida.
El verano llega a su fin justo cuando los niños se habían acostumbrado a que fuera su modo de vida natural. Dicen que para cambiar o adaptarse a un nuevo modo de vida son necesarios 21 días pero nuestros pequeños llevan ya dos meses y medio de rutina piscinera, juegos y calle; por lo que la vuelta será dura.
Entre todos los veranos posibles que hayan podido pasar los niños y niñas hay unos especiales que formaran parte de sus recuerdos más preciados cuando sean adultos: los veranos en los pueblos.
El verano en los pueblos lleva un añadido extra al verano en la ciudad, y aunque vivir en esta sea más interesante en algunos aspectos, la libertad para la chavalería se alcanza antes en los sitios pequeños. La máxima está clara: pasar en las calles el mayor tiempo posible. Y es que el día se confunde con parte de la noche para favorecer esta máxima.
Después de todo el día en la piscina, hay solo el tiempo suficiente para coger el bocadillo de la cena en casa y volver a salir corriendo. No son todas las calles del pueblo las que pueden sentirse privilegiadas, solo algunas afortunadas son las elegidas, aquellas en las que se junten dos o tres niños viviendo que atraigan al resto hacia sus dominios. En muchos sitios este fenómeno es conocido como la fresca y la actividad es tan antigua como el calor mismo de las noches de verano. La fresca va por barrios. Las mujeres y hombres se acercan con sus sillas después de cenar a un punto concreto de la calle y se ponen al día sobre todo tipo de temas. Es una tertulia sin cámaras y con temática variada que se lleva a cabo con una bata fresca y zapatillas. Una red social ancestral donde el aparato que estorba es el móvil.
En las calles aledañas a este punto de referencia, juegan los niños a los mismos juegos que jugaron sus padres y sus abuelos: a pillar, a policías y ladrones, al encuentro, al escondite. Algunos días encuentran una casa abandonada que les había pasado desapercibida antes y la convierten en su guarida. El único objeto que está permitido en estas noches es la bicicleta y es que esta parece ser la mejor compañía en verano para los chicos y chicas. Naturalmente sus padres saben dónde localizarlos pero la fresca es un campamento natural y sin monitores donde la noche hace más misterioso todo y el saber que estás en la calle a las once de la noche llena el acontecimiento de una aventura nueva cada día.
Esta imagen no ha cambiado mucho con el paso de los años, quizás la fresca sea una de las actividades que le ha ganado la partida a los avances tecnológicos en los que nos movemos. La fresca es la mejor red social del mundo, al igual que un patio de vecinos o una buena conversación en torno a una mesa con amigos.
Los que nos sentamos ahora en las sillas a debatir con nuestros vecinos fuimos también niños escondiéndonos de portal en portal jugando al escondite y la fotografía de una a otra época apenas varía.
A este verano vino a sumarse un ser que aparecía en nuestros móviles y había que ir a buscarlo. Pokemon se perfilaba como el protagonista indiscutible del tiempo estival, la tentación era grande: buscar pokemons por todo el pueblo. Sin embargo, el bicho no pudo sobrevivir más de 15 días porque los niños y niñas, pasada la novedad, lo dejaron abandonado y volvieron a los juegos de toda la vida. Hoy por hoy llamar a los timbres y salir corriendo sigue siendo mucho más interesante y esta es una de las actividades estrella de las noches estivales. Está mal, sí, lo sabemos; pero ningún padre puede echar la bronca siendo convincente pues esta “aventura” forma parte de la memoria de todos nosotros y se ha llevado a cabo durante décadas, incluso cuando no había timbres y sí picaportes
Y luego, cuando aún no se han agotado las correrías por las calles, suelen llegar las fiestas y entonces todo se duplica. Es cuando los chicos y chicas, más o menos, a partir de los 6 años alcanzan su grado de independencia mayor porque en su vida entra un concepto que permanecerá de por vida: la cuadrilla. Ya no son ellos y sus padres, ellos y sus hermanos o ellos solos. Son ellos y sus amigos y a partir de ese momento ese grado de independencia nunca más lo devolverán. En las fiestas la rutina se convierte en estímulos de todo tipo y solo acudirán a sus progenitores cuando necesiten alimentarse o pedir más dinero para montarse en las barracas. Las horas nocturnas se alargarán porque siempre es demasiado pronto para volver a casa y las fiestas pasarán sin un segundo de descanso, sólo el necesario para dormir deprisa.
En fin, los veranos en los pueblos son especiales y afortunados los niños y niñas que pueden disfrutarlos. Las familias que no viven en el pueblo durante el año pero que desembarcan aquí con toda su prole, suelen repetir diálogo. Que descanso, exclaman los padres. Me voy, anuncian los niños en cuanto dejan las maletas.
Desde Kamira creemos que esta es una buena manera de pasar la infancia en verano tanto para el descanso de los padres como para el disfrute de los hijos. Nuestro consejo: al pueblo sin dudarlo.
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